1098 - Al fin tus manos
No recuerdo tus manos, ya no atino
a evocar ni sus rayas, ni sus venas,
ni su flexión, crisálidas que apenas
respiran vida en la quietud del pino.
Se me han quedado oscurecidas; vino
ciega nube de olvido; no hay cadenas
que esclavicen la mente ni hay almenas
como el recuerdo alzado en remolino.
Eslabones, murallas y memoria
se desplomaron, y son ya la escoria
de lo que ha muerto o ya no ha de nacer.
Tu rostro huyó primeramente, luego
tu voz, tu espíritu, apagado el fuego,
y ahora tus manos: Siento amanecer.
Los Angeles, 4 de julio de 2004