2247 - Rueda del tiempo
Ah, qué locuacidad la nuestra; urgía
detener los relojes; cada hora
tornábase en letal devoradora
de sus propios minutos, y encogía.
Golpe mental sobre la lejanía
cada palabra escrita, transmisora
de cuanto el alma en orfandad añora,
en tantas otras se reproducía.
Y hablábamos, hablábamos; la ausencia
se evaporaba en la magnificencia
del prolongado diálogo ferviente.
Tu euforia al fin se transformó en hastío,
y ambos quedamos en silencio frío,
sin saber qué decirnos mutuamente.
Los Angeles, 9 de noviembre de 2009