245 - Reprimida - II
¿Por qué, mujer, cuando te salgo al paso,
ya con apasionado atrevimiento,
o con dulce, gentil requerimiento,
huyes del fuego vivo en que me abraso?
Déjame ser el agua de tu vaso,
recibiéndome en tí; deja a mi aliento
entremezclarse al tuyo, que ya siento
cómo de mí te colmo y te rebaso.
Oh timidez equívoca y malsana,
que vuelve a deplorar cada mañana
la noble oferta rechazada ayer.
Si no aceptas la mano que se ofrece,
rosa que apenas nace palidece,
cuando la quieras, ¿quién la irá a ofrecer?
Los Angeles, 4 de agosto de 1999