488 - Soñarte
Soñar, siempre soñar, aún a sabiendas
de la amenaza de la madrugada;
la noche nos abraza enamorada,
y la luz nos arranca nuestras vendas.
Soñar, sólo soñar que nuestras sendas
confluyan ambas en la misma almohada,
sin que la idea de una retirada
menoscabe el placer de las ofrendas.
La sangre de los sueños es fecunda
en congojas y lágrimas, e inunda
de dolor las entrañas y la mente.
Si mi sueño de ti concluye y hiere,
sabiendo que una vez se vive y muere,
déjame que te sueñe, dulce ausente.
Los Angeles, 12 de julio de 2001