510 - Súplica y ofrenda
Caricia de sus ojos, qué infinita
calma en la superficie, qué dulzura;
y en su profunda intimidad oscura,
qué mar de fondo su fragor agita.
Tal soledad ese silencio grita
en su callada voz, tanta amargura
en llanto no vertido, que apresura
la determinación de nueva cita.
Debo reaparecer en la vereda
que a ella conduce, y reclamar la seda
de su tacto y sus ojos en los míos.
Iré con una súplica ferviente,
y una ofrenda no menos insistente,
para colmar de besos dos vacíos.
Los Angeles, 11 de agosto de 2001