511 - Morir para renacer
Madura estás, mujer, para la siega,
no una más, la mejor de las espigas;
qué carne de oro, qué temblor abrigas
al roce de la brisa que en ti juega.
Primavera temprana, íntima entrega
al surco fijo en que a morir te obligas;
si sólo en sueños vagas y mendigas,
hoy el estío a tu rescate llega.
Talada y triturada, en implacable
transformación final, irrevocable,
trigo y hogaza, lo que fuiste y eres.
La hoz deviene antorcha deslumbrante,
de la muerte a la vida exhuberante;
hoy se te dan, mujer, nuevos poderes.
Los Angeles, 12 de agosto de 2001