Breverías
1213
Aunque tu mano anide en otra mano,
aunque uno sólo os proclaméis los dos,
siempre hay un beso de sabor lejano
que de algún modo está diciendo adiós.
Los Angeles, julio de 2004
1233
Decoran tus recuerdos mi aposento;
nadie los ve, los muros de la mente
se ocultan a miradas indiscretas.
Y las paredes de tu pensamiento,
¿quién las decora, quién es residente,
a quién evocan, y por quién te inquietas?
Los Angeles, agosto de 2004
1381
Hablaré con la lluvia, que me cuenta tus cosas,
sabe de tu ventana, mira entre las cortinas;
los mil ojos inquietos de sus gotas curiosas
rastrean el proceso de todas tus rutinas.
Encapótese el cielo, que llueva, llueva, llueva…
aguacero o llovizna son noticia o recuerdo
que descubren o extraen cada faceta nueva,
y sólo en las mañanas soleadas te pierdo.
Los Angeles, agosto de 2005
Sonetos
488 - Soñarte
Soñar, siempre soñar, aún a sabiendas
de la amenaza de la madrugada;
la noche nos abraza enamorada,
y la luz nos arranca nuestras vendas.
Soñar, sólo soñar que nuestras sendas
confluyan ambas en la misma almohada,
sin que la idea de una retirada
menoscabe el placer de las ofrendas.
La sangre de los sueños es fecunda
en congojas y lágrimas, e inunda
de dolor las entrañas y la mente.
Si mi sueño de ti concluye y hiere,
sabiendo que una vez se vive y muere,
déjame que te sueñe, dulce ausente.
Los Angeles, 12 de julio de 2001
544 - Avanza contra mí
No impidas el revuelo descarado
de los dedos, que en firme recorrido,
indagan intersticios del vestido,
quedando yo, como él, alborotado.
Viento soy encrespando tu arbolado,
eres agua en que vivo sumergido,
y en trueno he de romper, cuyo estallido
fusione mi costado a tu costado.
Avanza contra mí tu orografía,
tórrida como el sol de mediodía,
y en amplitud de mares sin riberas.
Mezan mis manos tu ondulada forma,
tu mente olvídese de riesgo y norma,
y demos libertad a nuestras fieras.
Los Angeles, 18 de noviembre de 2001
547 - Soñando a la ventana
Los ecos de tus pasos son nudillos
golpeando en la puerta del deseo;
oigo tus pies, tus pensamientos leo,
y espero estremecida entre visillos.
Tus invisibles manos son rodillos
laminando mi vientre, y me recreo
en frívolo, ficticio forcejeo,
trepidando en mi pecho cien martillos.
Me circunda y me atrapa densa niebla
surgida de tu aliento, que me puebla
la mente de confusas percepciones.
Y me abandono en ti, con la inocencia
que anhela naufragar, sin resistencia,
desmantelando arcaicas prohibiciones.
Los Angeles, 20 de noviembre de 2001
643 - Besos lejanos
Tantos besos se engendran en mi boca,
sin nacimiento, sin destinatario,
como rosas que amante solitario
plantar pretende en la desnuda roca.
Tan insistente mi ilusión convoca
fechas, con nombre de mujer, y horario,
pero desnumerado el calendario,
en mar de cuadros blancos desemboca.
Besos que desesperan, y te gritan,
y al fin en soledad se me marchitan,
cómo quisiera dártelos, amada.
Sin ellos y sin ti, qué dura suerte;
sólo en mis sueños logro poseerte,
a ti abrazado hasta la madrugada.
Los Angeles, 13 de junio de 2002
664 - Tu silencio
Puedo, al mirarte, ver los pensamientos
que tú misma aún no sabes que has tenido;
en ti he estado en tal modo sumergido
que sé desde el tejado a los cimientos.
He visto gozo, sueños, desalientos,
y te he visto en el miedo aún no vencido;
por mi alborozo tu alegría mido,
por mis desolaciones, tus lamentos.
Tu rostro me habla si tus labios callan,
y en tu quietud unánimes estallan
rojos ocasos, pálidos albores.
¡Qué silencio sensual tan elocuente!
Te escucho desde el centro de tu mente
y oigo en tu piel redoble de tambores.
Los Angeles, 13 de agosto de 2002
676 - Sólo dos manos
Tan inmensa tu piel, y accidentada,
y dos manos tan sólo para ella:
para la Vía Láctea, una estrella,
para el mar, una lágrima salada.
Qué insuficiente soy, qué limitada
mi maniobra en ti; cómo atropella
mi forma a mi energía, y corta y sella
la actividad que nace arrebatada.
Sólo dos manos a escalar tus montes,
en pérdida de cauces y horizontes,
en descuido de grutas y mesetas.
Manos que a espacio y tiempo desafían.
Si fueran diez tampoco lograrían
permanecer en tu presencia quietas.
Los Angeles, 15 de septiembre de 2002
Poemas
Mirando atrás
He de morir mirando sobre el hombro,
de cara a mis mejores realidades;
nunca el futuro me ha causado asombro
con su enjambre de posibilidades:
Un quizás, un enigma en claroscuro,
más que respuestas, una interrogante,
océano inseguro
que a tierra ignota lleva al navegante.
Ni me ha sobrecogido
la existencia aparente
de ese soplo nacido y evadido,
que llamamos presente.
Miro hacia atrás y a mí mismo me veo,
como soy, como fui, como me ha visto
la multitud con la que me codeo,
los amigos con quienes coexisto.
Y más lejos aún, generaciones
auténticas, tangibles,
con sus triunfos y sus contradicciones,
sus derrotas y sueños imposibles.
Gentes de carne y hueso,
como yo, de pasión enarnecidas,
capaces de matarse por un beso,
o curarse uno al otro las heridas.
No soy sino eslabón en la cadena
forjada con el hierro de la historia,
eslabón que chirría o que resuena
con voz de duelo o cántico de euforia.
Pude haber sido todo en el pasado,
con las huestes de Atila, sanguinario,
en el Renacimiento, refinado,
o místico en el claustro, y visionario.
Tal vez esclavo en la revolución
de Espartaco en inútil rebeldía,
o en las serenas aulas de Platón
disertando sobre filosofía.
O traficante de armas, equipando
al débil como al fuerte,
indiferente a un bando u otro bando,
señor de mercaderes de la muerte.
Pude haber sido trovador, amante,
siervo, mendigo, explorador, artista,
o pistolero abjecto e ignorante
pintado de color nacionalista.
De todos ellos heredero soy,
de unos con honra, de otros con afrenta,
de su sangre y sus huesos hecho estoy,
su colectividad me representa.
Auténticas, genuinas realidades
que tuvieron y tienen existencia,
por eso miro atrás, a sus verdades,
no a un porvenir envuelto en apariencia.
Y moriré con la mirada ardiente
hacia el pasado cierto,
y vivo estaré en él, aunque la gente
me considere muerto.
Enterradme en un campo de violetas
bajo la hierba verde,
donde me han precedido otros poetas,
y como a ellos tal vez se me recuerde.
Los Angeles, 24 de julio de 2000
Huellas del beso
No sé por qué tus labios me despiertan
besos lejanos que jamás me diste;
no saben desterrarlos, o no aciertan
a dejarlos dormir. Cuando viniste,
rozándome la carne, de puntillas,
nadie te vio, nadie escuchó tu paso,
sino un temblor ligero en mis rodillas,
trémulo de enfrentarme a otro fracaso.
Cuántas veces idéntico sendero
nos conduce a dispares objetivos,
y en el nuevo, no vemos que el primero
aún nos mantiene en su poder cautivos.
Y no sirve pensar que lo pasado
pasado está, que nunca ha de volver;
ayer, más que un diseño ya borrado,
es espectro que vuelve a aparecer.
Y así fluye la vida, una amalgama
de incidentes que fueron, y que son,
que no se desvanecen; una trama
de dolores, de olvidos, de ilusión;
como rosa que cada primavera
asiduamente en el rosal florece,
nube inquieta, incesante viajera,
o estrella que a la aurora palidece.
Quizá tus besos son evocadores
de nube transeúnte, antigua rosa,
o estrella cuyos últimos fulgores
se extinguieron, y duerme silenciosa.
Hay tanto nuevo en cada beso, hay tanto
que arrastramos de antiguo, tanta vida,
tanto de gozo, soledad y llanto,
tanto de acogedor y despedida,
que un beso no es un beso solo, aislado,
es una larga historia enmarañada
aflorando a un presente arrebatado,
que abraza todo, y que no olvida nada.
Los Angeles, 7 de agosto de 2000