Breverías
1809
Es invierno. La lluvia en los cristales
tamborilea su ancestral rutina,
siembra nostalgia en surcos desiguales,
y de la misma el alma contamina.
Hace frío, pero abro la ventana;
me azota el rostro un látigo de viento;
qué solitario el campo, qué lejana
tu voz en mi interior, ruina y lamento.
Los Angeles, febrero de 2008
1819
¿Qué ves a la ventana, ahora que tienes,
al lado de la tuya, otra cabeza?
¿Ves el paisaje al fin? ¿Tal vez los trenes
hacia estación ruinosa que bosteza?
¿Ves ahogarse la luz del firmamento,
al filo de la noche enmascarada?
¿Recuerdas que hubo para ti un momento,
que mirabas conmigo sin ver nada?
Los Angeles, marzo de 2008
Sonetos
960 - Desierto
Te eludieron las aves y las rosas,
huyó el río, la lluvia te ha negado,
sólo te ronda el viento exasperado,
y el sol te grita a voces silenciosas.
Me fascinas, me enciendes y me acosas,
aunque te haya mil veces renegado;
no me hundiré en tu entraña extraviado,
ni en tu mar de tormentas arenosas.
Estuviste a mi lado, fui testigo
de la aridez que caminó conmigo,
mujer que nunca pudo o supo amar.
La ocasión del oasis fue perdida,
espejismo infeliz, donde la vida
a otro tiempo emigró, y a otro lugar.
Los Angeles, 5 de diciembre de 2003
961 - Mar
Cuando llueve en el mar, desciende un llanto
sobre otros mil lamentos precursores.
¿De quién las elegías, los dolores?
Tuyos y míos, bajo el mismo manto.
Manto de deserción, de desencanto,
víctimas somos, otros los autores,
nos han arrebatado los colores,
dejándonos en negro mientras tanto.
Volverá el mar a ser verdiazulado,
sobre él lucirá un cielo alborozado,
revertirán sonrisas a la espuma;
el alma perderá el lastre de plomo,
y cabalgando iremos sobre el lomo
del oleaje en levedad de pluma.
Los Angeles, 5 de diciembre de 2003
962 - Isla
Ciña el estrecho abrazo mi cintura,
nadie más, sólo tú a mi alrededor;
no quiero otro murmullo, otro color,
sino el que tu contorno me procura.
No es cárcel ni destierro, es envoltura
que se apropia de mí, de mi temblor,
y agrega tu sudor a mi sudor;
en tal dinámica mi fe perdura.
No hay calzada que lleve a tierra firme,
ni bajel incitando a despedirme,
tú eres mi alrededor, mi azul y verde.
Estoy en ti, mi sola expectativa
es la de isla flotante, a la deriva,
que en tu horizonte azul feliz se pierde.
Los Angeles, 6 de diciembre de 2003
963 - Archipiélago
Ensancharé la vida, no es momento
para una isla apartada, solitaria;
asientan su alianza voluntaria
otras islas en franco ofrecimiento.
El mismo mar las cerca, el mismo viento
roza sus playas; surge una plegaria
de espíritu pagano, necesaria
para aunar ruegos y consentimiento.
Múltiple abrazo cercará este enjambre,
agua para la sed, pan para el hambre,
todas afines, todas separadas.
Mi archipiélago de islas escondidas,
extrañas antes, ahora conocidas,
descubiertas por mí, por mí habitadas.
Los Angeles, 6 de diciembre de 2003
964 - Península
En posesión casi total, pactada
capacidad de fuga, por tal puerta
que, arrancado el cerrojo, y entreabierta,
permita efectuar la retirada.
Ni tú ni yo en ciudad amurallada,
libres de la atadura que despierta
mayor tendencia a la evasión, y acierta
a desolar la mente sosegada.
Confinados tú y yo, mas con salida,
sin implicar escape o despedida,
sólo un amago de inseguridad.
Una cierta inquietud, porque amoldarse
es el paso inicial de abandonarse,
y debo amarte por necesidad.
Los Angeles, 6 de diciembre de 2003
965 - Playa
Tantas veces tu azul sobre mi arena
subió arrastrándose, desfallecido,
y tantas otras, sin haber dormido,
volvió a alejarse de mi propia escena.
A qué ruda amargura me condena
tu actitud de abandono, habiendo sido
poco después de haberme poseído,
olor de tu despego en mi melena.
No hay asedio, hay entrada en insistencia,
tu blanca espuma explota en impaciencia,
se derrama, la absorbo, me humedece.
Alárgame la acción, detén la huída,
que en la orilla por ti sigo tendida,
playa viva que espera y se te ofrece.
Los Angeles, 6 de diciembre de 2003
Poemas
Ella tenía un hombre
Cada tarde, al nacer de la penumbra,
con su cesta de compra de la mano,
y el paso tembloroso
de quien no está seguro de sus pasos,
recorría la senda, junto al muro,
del viejo cementerio del poblado.
Nunca entraba. La puerta,
de barrotes de hierro escarolados,
siempre estaba entornada.
La hiedra alzaba su extendido abrazo
por los muros de piedra
de la vieja capilla. Tantos ramos
de flores ya marchitas, tantas fechas
y nombres cincelados en el mármol,
tanto silencio hundido
en tantos elocuentes epitafios…
La mujer se acercaba cada día,
detenía su paso,
y miraba a través de los barrotes,
en tensa reflexión, como esperando
que una sombra acudiera a su visita,
besándola en los labios.
Y sólo el sol, cansado, moribundo,
le daba un beso de sabor amargo.
¿En qué desolador, inverosímil,
cementerio de astros
dormirá el sol la muerte de su noche?
¿En qué rincón perdido del espacio?
Era joven y hermosa,
pero nunca miraba a los extraños,
aunque al pasar sentía sus miradas
lamiéndole la piel de orquídea y nardo.
Ella tenía un hombre, aunque dormido,
un hombre que le fuera arrebatado
antes del tiempo en que el amor madura,
y antes de madurar los desengaños.
Un susurro la sigue en su camino,
mezcla de póstuma caricia y llanto,
susurro familiar, que se acentúa
junto a esa puerta, a corazón quebrado.
Los Angeles, 18 de octubre de 2004
Vive el momento
Eres bella y cobarde; si mañana
decidieras vestirte de osadía,
mirando sin rubor, ¿te miraría
quien hoy te ve radiante y puritana?
¿No te has visto desnuda en el espejo?
¿No lo has visto desnudo en tus quimeras?
¿No te murmura el alma que debieras
mezclar las fantasías y el reflejo?
¿No ves que no eres dueña del futuro,
sino sólo, y a medias, del presente?
Vadea el río si no tienes puente,
si incapaz de arrasarlo, salta el muro.
Que no te llegue el día deplorable
en que intentes vivirlo y ya no puedas;
extirpa la cordura en que te enredas,
y enrédate en locura razonable.
Los Angeles, 7 de diciembre de 2004
Silencio
Se me ha posado en el hombro
la paloma del silencio,
ojos tristes, diminutos,
como los ojos del ciego;
ha venido de repente,
como perdiendo el aliento,
y en el hombro se me antoja
pájaro de frío y hierro.
Me ha trasladado su sombra
desde la mano al cerebro,
desde los pies a los ojos,
desde el corazón al sexo.
Ya no efectúo tareas
apremiantes, ya no pienso,
(se han dormido las ideas),
ni sé caminar ni veo,
ni se escuchan mis latidos,
ni tiemblan mis galanteos.
Estoy sin voz, sin oídos,
sólo conmigo en un hueco
donde sólo repercuten
la soledad y el silencio.
Los Angeles, 3 de febrero de 2005
Compañera
Atravesamos juntos el país. Me llevaba
de la mano unas veces, otras veces mi brazo
cercaba su cintura. Y siempre andaba, andaba,
como quien tiene norte, mas sin fijarse plazo.
No teníamos prisa por alcanzar la meta,
la meta era el camino, paso a paso a la par,
con la calma impregnada de luz de la carreta,
pero sin el aprieto de tener que llegar.
Finalmente me dijo su nombre al tercer día,
pero era irrelevante. Los nombres no incorporan
nada nuevo al carácter; la auténtica hidalguía
es hija de las obras; los nombres se evaporan.
Y sus obras hablaban a mis obras, de frente,
sin curvas ni caretas, como quien nada esconde;
asentamos entre ambos hospitalario puente
por donde cruzan libres quien pregunta y responde.
Ella descubrió cosas que yo había olvidado,
yo alcancé el engranaje que rodaba su vida,
y cada noche, al fuego, bajo el cielo estrellado,
en mis brazos, tan quieta, se quedaba dormida.
Era suave y directa como una mano amiga,
y al sonreir lo hacía con casi el cuerpo entero;
desprovista de planes y huérfana de intriga,
y un estilo de vida gozosamente austero.
Anduvimos caminos, visitamos ciudades,
conocimos personas que nunca hemos de ver,
rozaron nuestras manos piedras que otras edades
labraron lentamente, y en cada amanecer
percibimos el mundo como si renaciera
sólo para nosotros: El sol, los encinares,
el arroyo…, era nuestra toda la primavera,
y ambos éramos nuestros únicos familiares.
Pero llegó el momento de bifurcar la senda,
y al quedar solo tuve la sensación extraña
de haber perdido el alma, de cubrirme una venda
los ojos, y una daga rasgándome la entraña.
Y al romper de la aurora cada mañana clara,
al contar en la noche cada lejana estrella,
al contemplar al fondo del recuerdo su cara,
con tan amplia sonrisa, me pregunto por ella.
Los Angeles, 14 de febrero de 2005