Charles Edward Perugini - Una chica leyendo (c. 1870)
Breverías
1789
Era un clamor, una mujer entera,
que se hace oir, y se hace ver; un viento
que impulsa, envuelve, esparce y aglomera;
era delicia y a la vez tormento;
era fragilidad de cristalera
y fortaleza en cada sentimiento;
era voz sin censura ni querella;
y al conocerla, me quedé con ella
Los Angeles, enero de 2008
1808
Cuando te vayas, dejaré encendida
la luz en el zaguán, por si regresas;
la llave donde sabes, escondida,
todo en su mismo sitio, sin sorpresas.
Si estuviera dormida, no hagas ruido,
entra y no olvides de atrancar la puerta;
deslízate en mi lecho, desvestido,
y dime quedamente: 'Amor, despierta'.
Los Angeles, febrero de 2008
Sonetos
946 - Dos manos
Tienes sólo dos manos, y parecen,
sobre mi piel, gavillas de a cuarenta;
a su contacto un arsenal revienta
de múltiples caricias que estremecen.
Creí verlas dormir; no se adormecen,
siguen su ritmo en consonancia lenta;
donde su habilidad se sedimenta,
nervios gritan, rumores enmudecen.
Trastorne tu contacto mi sentido,
en lo ingenuo, lo ardiente, lo prohibido,
en reconocimientos sin fronteras.
Multiplicadas van, ya dos legiones,
manadas de corderos y leones,
laboriosas, perennes viajeras.
Los Angeles, 27 de noviembre de 2003
956 - Río
De espaldas al recuerdo, ya no hay fuente,
mirada hacia delante, hacia atrás ciega,
como quien desleal de ayer reniega,
abstraído en la marcha del presente.
En cada instante vive y se hace ausente,
a deserción y permanencia juega,
sobre su propio desnivel navega,
bergantín de cristal hecho corriente.
Le falta rectitud; cada recodo,
le supone un desvío, un acomodo,
servilismo tal vez, o deferencia.
Política geográfica, adaptable
al codicioso y al insobornable,
bajo pretexto de coexistencia.
Los Angeles, 5 de diciembre de 2003
957 - Lago
Es la impasible calma del espejo,
que se deja mirar, y no rechaza;
su hueca y honda superficie abraza
cuanto arrebata inmóvil el reflejo.
Satinada epidermis de azulejo
que sólo el viento riza, despedaza
la lluvia innumerable, o amordaza
en círculos concéntricos el tejo.
Duplica el cielo, ya una esfera clara;
día y noche se asoman, ven la cara,
y en tránsito sonríen sol y luna.
En el cóncavo fondo luminoso
la nube, el olmo, el cerro hallan reposo
en el regazo de una vasta cuna.
Los Angeles, 5 de diciembre de 2003
958 - Bosque
Sólo el rumor de ramas agitadas
ligeramente por el aire suave,
del aleteo súbito de un ave,
de la lluvia en las hojas agostadas.
Lo demás es silencio. Aletargadas
en los troncos las tablas de la nave,
las traviesas del tren, la viga clave,
la toza reventando en llamaradas.
A golpes de hacha, con vaivén de sierra,
saldrá del sueño, yacerá en la tierra,
y adoptará mil vidas sin latidos.
Se habrá perdido una belleza verde
que sólo la raíz tal vez recuerde
en eclosión de tallos renacidos.
Los Angeles, 5 de diciembre de 2003
959 - Llanura, montaña
La horizontalidad de la llanura
que pace el toro o siega la guadaña,
es monótona cuerda que acompaña
canción que el equilibrio se asegura.
A las desproporciones se aventura
la verticalidad de la montaña,
línea quebrada, desigual, extraña,
fiera canción con algo de locura.
¿Apolo versus Baco? ¿La serena,
suave planicie contra la alta almena?
¿Quietud de lira a estruendo de trombón?
La montaña es el nervio, y el revuelo,
Titanes prestos a escalar el cielo...,
y la llanura es la contemplación.
Los Angeles, 5 de diciembre de 2003
Poemas
Sólo tu nombre
Se me ha encendido en la mano
la ráfaga de un deseo
que llama tu nombre a gritos,
y te acaricia en silencio.
Tu nombre, sólo tu nombre,
sin piel, sin alma, sin cuerpo,
como quien arranca un bosque,
fabricándose un desierto.
Con aldabones de bronce
golpeo sobre el recuerdo,
mas quizá duerme indolente,
porque responde el silencio.
¿En qué cavernas de olvido,
o soledad de destierro,
en que horizontes de ausencias
te ocultas, que no te veo?
Devuélveme aquella idea
de ti, que ya no mantengo,
revístela de las formas
que se me desvanecieron,
que sólo tengo tu nombre,
tu nombre, desnudo y hueco.
Los Angeles, 10 de junio de 2001
Háblame
La voz que hoy me llegó vive tu vida,
en esa voz te arropas cuando me hablas,
ella eres tú, flotando en el aliento
que se desborda en tonos y palabras.
Ajena a la estridencia del gentío,
leve, aterciopelada,
caricia en el oído,
como si un dedo me tocara el alma.
Más que voz es susurro,
brisa que se columpia entre las ramas.
Posee intimidad de noche oscura,
afable placidez de luna clara.
Te escucharía al decrecer las luces
de las tardes de otoño bronceadas;
te escucharía sin interrumpirte
hasta nacer la aurora sonrosada;
te escucharía, la mirada fija
en tus ojos de sombra, que descargan
nuevas voces, a la otra paralelas,
no por mudas con menos resonancia.
Tú eres tu voz, que roza mis mejillas,
que estremece mi espalda,
que me penetra suave, lentamente,
como en el surco profundiza el agua.
Háblame, que te escucho,
que tengo más de ti en cada palabra.
Los Angeles, 1 de julio de 2001
Cuando a mi lado duermes
Cuando a mi lado duermes,
¿duerme también tu pensamiento, o vagas
por las extrañas zonas del pasado,
que tal vez aún no han sido erradicadas?
Cuando a mi lado duermes,
te percibo tan mía y tan lejana
como siente la piel el toque cálido
del sol a tantas millas de distancia.
Cuando a mi lado duermes,
y observo tu figura inmóvil, plácida,
no me atrevo a abrazarte,
y sé que lo he de lamentar mañana.
Temo a ese mundo que fue tuyo un día,
que quizás en el sueño te reclama,
que al recuerdo dormido solicita,
y al repudio despierto da la espalda.
En el telón oscuro de tus párpados
proyecta sus imágenes lejanas,
cubiertas de nostálgicos colores,
despojadas de sombras y de escarcha.
Por eso te contemplo sin tocarte;
temo que al despertar, si te abrazara,
la realidad que tuya fue despierte
envuelta en un embozo de añoranza,
y al mirarte en mis ojos sólo veas
un sueño que no es mío, de fantasmas.
Te dejaré dormir, aunque te alejes,
mi abrazo y voz en frenos y mordaza;
tal vez al despertar se muera el sueño,
y tu memoria no recuerde nada.
Los Angeles, 20 de octubre de 2002
Momento
Es el itinerario de los sueños,
por donde se camina sin motivo,
ajeno a procedencia y objetivo,
sólo atento a otras voces, no a sus dueños.
Es el reloj que evaporó las horas,
y conserva tan sólo los minutos,
únicos elementos absolutos
de nuestras experiencias soñadoras.
Es el río que pasa y permanece,
no una corriente eterna, un sólo instante,
agua bohemia, fugitiva amante,
que llega, y al besar, desaparece.
Quizá es la vida, que se va y nos lega
fragmentos para el alma y la memoria,
nunca sabor de radical victoria,
sólo el mínimo triunfo de la entrega.
Pero sea una voz, sea una huella,
un minuto, un fragmento, es la añoranza
de esas breves vivencias lo que alcanza
rango de eternidad, nivel de estrella.
Será un momento breve o extendido,
junto a ti, sin pasado, sin futuro,
nuestro momento inimitable, puro,
por el que se merece haber vivido.
Los Angeles, 15 de febrero de 2004