Durante varias semanas fui visitando el Refugio para animales que mantiene la Sociedad Protectora de Animales, y siempre regresaba a casa con el deseo de llevármelos todos, perros y gatos.
Casi un año antes había efectuado parecidas visitas, y al fin adopté a Bek, mi golden retriever. Esta vez buscaba un gatito, mejor gatita; negra. Siempre he tenido preferencias por los gatos negros. Creo que tienen una personalidad muy propia, y más misteriosa aún que el resto de los gatos.
Al fin un dia vi tres hermanitos en la misma jaula. Dos atigresados y una negrita. ¿Por qué me decidí por ésta, y no por cualquier otro?Ésta me miraba tan fijamente, con su cabecita inclinada hacia su derecha, como diciéndome: 'Llévame, soy adorable'. Y en realidad lo era. Y me la llevé.
¿Y el nombre? Bueno, tenía que ser un nombre sonoro, un tanto exótico, breve. Y me decidí por Mishka, nombre ruso. (Ya a mi golden retriever le había dado también el nombre ruso de Bek, que fue uno de los perros en que el científico Pavlov estudió su teoría de los reflejos condicionados.
Bek, a sus cuatro años, actuaba como un perrito mucho más joven. Siempre eufórico, muy activo, con uso exagerado de sus patas delanteras para mostrar su afecto. Así que la introducción entre ambos tuvo que ser gradual. Pero pronto se hicieron muy amigos.
Mishka me visita con frecuencia cuando trabajo en mi ordenador, y se pasea junto al teclado, siempre muy cuidadosa de no pisar ninguna de las teclas, y a la espera de su regular vapuleo con un abrecartas metálico, cuyos golpes en la espalda le encantan.
1740 - Mishka
(Gatita negra, cuatro meses)
Oh, diminuta sombra a cuatro patas,
de sonoro, meloso ronroneo:
Largo sueño y travieso jugueteo,
son tus necesidades inmediatas.
Elástica y vivaz, te me desatas
en piruetas, galope y regateo;
si quieta, en tus pupilas casi veo
mágico mundo cuando las dilatas.
Hay siglos en el fondo de tu mente,
perfiles faraónicos de oriente,
reinas volubles, brujas medievales,
nocturnas peripecias acrobáticas;
y siempre tus miradas enigmáticas
saben hablarme a mí, tan personales.
Los Angeles, 16 de agosto de 2007
Cada cual a su estilo
Con sus ojos redondos, enigmáticos,
y destellos de siglos, o de instantes,
me observa Mishka. Lentamente ondea
su larguísima cola. No hay mensaje
ni en su inmovilidad de negra estatua,
ni en su mirada fija, impenetrable.
No entiende lo que pienso, o sí lo entiende,
pero no se estremece, exasperante
su carácter felino, en que las cosas
no se han de revelar, sólo se saben.
Y yo tampoco acierto
a ahondar en su silencio. Qué contraste
con mi otro amigo, Bek, golden retriever,
acostado a mis pies, o importunándome
con festiva exigencia de caricias.
Sin hablarle, me escucha, y al mirarme
conoce lo que pienso, y me lo dice
con esos ojos de bondad, tan grandes.
No hay en ellos misterio,
todo tan límpido como agua y aire.
Hablamos en silencio,
y entendemos los dos ese lenguaje
mejor que si esgrimiéramos palabras;
cuanto siento y medito está a su alcance.
Su mirada refleja en ocasiones
mi propio desaliento, a veces arde
en su fondo la llama que me incendia,
a veces es tan triste como el ángel
de la muerte en el mármol de las tumbas,
a veces simplemente es entrañable,
como cuando escuché el primer te quiero
de la única mujer que supo amarme.
Sus ojos son mi espejo, en ellos veo
cuanto bajo mi piel se agita o yace.
Tienen la voz sedosa, aunque callada,
que acaricia y sosiega al contemplarme.
Mishka me observa solitaria, inmóvil;
Bek se vincula a mis intimidades.
Los Angeles, 22 de octubre de 2008