Te has hido, hermano
A Mariano Alvarez Hidalgo.
Te has ido, hermano, imperceptiblemente,
sin ruido, sin adiós, sin movimiento,
como se va la sombra,
como se nubla el cielo,
con ese despertar a otro mañana
que inicia nueva vida desde cero.
Era tu hora, casi anticipada
por la gradual fragilidad del cuerpo.
Has entrado a las seis de la mañana
y es tu último relevo.
Tantas veces lo hiciste
bajo las frías lluvias del invierno,
enfundado en el áspero tabardo,
regateando charcos, cuando el pueblo
aún dormía entre adustos panizales,
y croaban las ranas a lo lejos.
Pero hoy no vas a trabajar, hermano,
hoy no te has despertado de tu sueño,
hoy te ha tomado de la mano el ocio
y te reclina en su descanso eterno.
Ese rumor de máquinas lejano
trefilando el alambre, ese lamento
al cruzar las hileras, estirándose,
para quedar en la bobina preso,
te queda tan distante que no lo oyes;
lo escuchaste cuarenta años, y luego
se fue apagando lenta, lentamente,
terminando en minúsculo recuerdo
que no te seguirá. Vas a otra zona
sin máquinas, sin mugre, sin estrépito,
lugar de placidez clarividente,
como si un ventanal se hubiera abierto
sobre un jardín de mundos infinito,
para que lo contemples en silencio,
como desde tu casa, en la solana,
obervabas las hierbas de tu huerto,
en abandono ya, sin tus cuidados,
tan frágil la estuctura de tu cuerpo;
y más allá las ásperas aristas
de la torre herreriana, cuyo templo
fue cárcel en la etapa fratricida,
cuando órgano y campana enmudecieron;
y el ciprés centenario, y la chopera
en torno del pantano, y aún más lejos
la alta línea quebrada de los montes
contra el azul del cielo.
¿Qué avistaban tus ojos diminutos,
débiles y cansados, qué hervidero
de impresiones lejanas
emergían de nuevo,
tú de pie, y el cristal tenue barrera,
incapaz de borrar tragedia y miedo?
Nunca tuviste juventud, los años
de la risa, el amor y los paseos,
te vieron, y miraron a otro lado,
evitando el encuentro,
casi como si hubieras dado un salto
de adolescente a viejo.
Era una España de miseria entonces,
huérfanos muchos, muchos más hambrientos,
pero muy pocos de dieciseis años
frente a seis bocas como tú se vieron.
La escasez, que separa y desmantela,
fue el círculo de acero,
el adhesivo que mantuvo unida
nuestra pequeña tribu en torno al fuego.
Hermano que te has ido,
cumpliste una misión, y te recuerdo.
Los Angeles, 4 de noviembre de 2007