Desproporcionado
Mata, mata, que el odio fortalece
a quien mata al culpable,
a quien mata al que sólo lo parece,
y si ninguno de estos es viable,
si no encuentras rival o combatiente,
no dejes de matar al inocente.
Si el pisotón sobre tu pie desciende,
alguien está violando tu derecho,
si el codazo en la calle te sorprende,
alza el puñal y entiérralo en su pecho;
no analices motivos ni intenciones,
represalia letal, cruel venganza,
son, no obstante el nivel de la matanza,
tus únicas opciones.
No dudes que el derecho a defenderte
absuelve tus desmanes,
al menos mientras seas el más fuerte,
y pueda un chulo secundar tus planes.
Si existen diferencias
entre agresión de Estado y terrorismo,
sólo es en magnitud, que ambas violencias
tienen por padre el mismo fanatismo.
Un soldado apresado es una afrenta
que hay que lavar en sangre de inocentes.
¿Trescientos, cuatrocientos? ¿Quién los cuenta?
Las madres, sí, mas no los dirigentes.
Hay ecos de la máquina de guerra
del tercer Reich en el Oriente Medio,
con más ferocidad sobre esta tierra
en implacable y permanente asedio.
El nazi fusilaba a diez vecinos
por cada muerto de sus militares,
y este invasor los mata a centenares,
con derechos de orígenes divinos.
La antigua raza substituye ahora
sus viejas filacterias
por la ideología destructora
de su esbirro de ayer y sus histerias.
Yace a sus pies un pueblo sometido,
clamando dignidad y propia tierra,
pero el mártir de antaño, hoy engreído,
responde con las armas de la guerra.
No es la ley del talión de sus mayores,
ojo por ojo, igual, vida por vida,
es la ley genocida
de aquellos que se ven como mejores.
No hay peor adalid que el ex cautivo,
que comprende la fuerza y la espolea;
hoy la bota prusiana se pasea
a la sombra del cedro y del olivo.
Los Angeles, 22 de julio de 2006