El silencio del profeta
Recordando la tragedia de Kosovo
“El Dios de las victorias se ha dormido
sobre las altas nubes, embozado
en la funesta capa del olvido,
e indiferente a un mundo atormentado.
Ni el llanto de los huérfanos le alcanza,
ni el fragor de los hierros le despierta,
y en el exilio, como en la matanza,
la muerte agita su guadaña experta.
¿Por qué la bota militar aplasta
los juguetes del niño inconsolable,
y en odioso furor iconoclasta
rasga la tradición más venerable?
Revestidas de togas culturales
tropas analfabetas aniquilan
cuanto hay de desacuerdo en sus rivales,
y en los escombros su poder perfilan.
Brotan en las montañas fugitivos,
mordidos por el frío y la amenaza,
una vez más en su país cautivos,
sin lograr arrancarse la mordaza.
Y el humo de las casas destruídas,
de las iglesias y los monasterios,
y las tumbas en masa, entretejidas
con los abarrotados cementerios;
y el dolor de las víctimas que claman
por el derecho a la supervivencia,
y la arrogancia de quienes derraman
incesantes el odio y la violencia…
Despierta, oh Dios, de tu profundo sueño,
y una vez más dirige la mirada
hacia los sufrimientos del pequeño,
siempre vestido de su propia nada.
Desenlaza la furia de tu ira
contra quienes se adornan de caretas,
asientan su derecho en la mentira,
y sus poderes en las bayonetas.
Siempre parece que el buen Dios dormita,
ajeno al mal que corre desatado,
cuando este mundo más le necesita,
y este mundo se siente abandonado.
¿No es tiempo ya, Señor, de alzar la mano,
y descargar el rayo fulminante
sobre la fuerza bruta del tirano,
y la soberbia hostil del ignorante?”
El profeta calló, y un Dios callado
no le dio la respuesta anticipada;
sólo escuchó los gritos del soldado
y la voz de otra víctima truncada.
Los Angeles, 9 de noviembre de 1998