El violoncelo
Abre tus muslos a mi cuerpo, amiga,
y déjame soñar con ser tu amante;
y al estrechar mi cuello entre tus dedos
sé gentil y sé afable.
Con la suave presión de tus rodillas
en mis costados siento que renace
una pasión que invade mis entrañas
y a tí misma te invade.
Renueva sin cesar las pulsaciones
que han de llenar todas mis cavidades,
y deja resonar el eco ardiente
de mis notas sensuales.
Enciérrame en tu abrazo, estrecha el cerco,
anúdate a mí en lazos perdurables,
que como tú lo has hecho, amada mía,
nadie sabrá tocarme.
Los Angeles, 4 de noviembre de 1997
No duermas
Se me duermen las manos, los ojos, en tu pelo,
apacibles palomas zureando en el nido;
soy rasgueo sedoso, manso, de violoncelo,
niebla que te flanquea los pliegues del vestido.
Te han peinado mis dedos en paulatino ascenso
de los hombros desnudos a la nuca encubierta,
y te has visto en el seno de una nube de incienso,
sin saber si dormías, o si estabas despierta.
No desciendas los párpados, no encubras la mirada
que observa el terso lago donde tu alma reposa;
déjame ver al fondo, tan vibrante y callada,
tu nueva adolescencia, madura y luminosa.
Que la vida no es ristra de experiencias y días,
sino un punto en el tiempo, sin ayer ni mañana;
en esa diana han dado tus flechas y las mías,
y tu espíritu al mío su dimensión hermana.
No duermas, no me dejes dormir en esta hora,
observa, piensa, siente, concentra tus sentidos
en la ardiente armonía, la fuerza creadora,
y la audacia que tienen sólo los elegidos.
Los Angeles, 22 de septiembre de 2005