Brevería 974
Viniste a mí impulsiva y desarmada,
y te usurpé una parte de la vida;
parte que es mía ya, que va vestida
del color de los sueños en mi almohada.
No podré devolvértela aunque un día
me des la espalda y, sin volver la vista,
desandes el camino; cada arista
de su contorno ya no es tuya: Es mía.
Resuelta
Vino como a la playa el maremoto,
inesperada, silenciosamente,
sin circunvalaciones, impulsiva,
como quien sabe y busca lo que quiere.
Sin embargo, tenía su estrategia;
no se dio de repente,
sino por partes. Avanzaba piezas
en ordenado, sensorial despliegue,
como en el juego de ajedrez, rompiendo
cada defensa inexorablemente.
Sus piezas eran fotos personales,
frases directas, breves.
Se mostraba por zonas,
un hombro descubierto, un pie indolente
en su zapato de tacón de aguja,
un seno firme, rígido, que emerge
de la blusa entreabierta
con el pezón erecto, que se ofrece,
unos labios sensuales, simulando
absorción en vaivenes,
unas ancas lustrosas, invitando
a galope febril, que no requiere
campos abiertos ni horizontes amplios,
porque cuanto desea hacer lo puede
en dos metros cuadrados,
entre cuatro paredes.
Y su lenguaje, lúbrico, conciso,
sin floritura inútil, sin hipérbole,
llamando a cada cosa por su nombre,
sin ocultarse en los ambiguos pliegues
de fingido pudor, como quien mira
sin doblez a los ojos, y sostiene
la mirada, evadiendo el parpadeo,
como quien habla lo que piensa y siente.
Sus palabras surgían tan desnudas
como sus muslos y como su vientre.
Las respondí una a una, con la misma
intensidad brotada de su fuente.
Me temblaba la mano al escribirlas,
pero no era temor, era la fiebre
de la anticipación, y la certeza
de una complicidad nada excluyente.
Vino un día y se dio tal como hablaba,
desnuda era aún más bella, era el juguete
que, al acostarse cada noche, piden
los hombres más sensuales a los Reyes.
Toda ella era lujuria fascinante,
elástica en su abrazo de serpiente.
Los Angeles, 17 de marzo de 2009