Brevería 979
Oh, si la luz de la mañana fuera
tibieza sensorial de ignota mano
en mi desnuda espalda viajera;
y en este claroscuro en que desgrano
mis horas solitarias, se ofreciera
en amalgama de animal y humano...
Qué voluntaria víctima sería
de tal asalto, tal galantería.
Amante sola
Los días van y vienen, y tú quedas,
amante sola, ausente de otras manos;
sólo las tuyas tiemblan, y en la noche,
cuando tejen sus nidos los abrazos,
y las palabras se hacen ronroneos,
tu sexo es el albergue despoblado,
entreabierta la puerta,
el fuego en el hogar, y a punto el tacto.
Como si hubieras puesto
sobre la mesa de nogal, el jarro
de rojo vino, el queso, el pan, las rosas,
las copas de cristal, y decorado
de incitantes colores
esa entrada a ti misma, y tu invitado
hubiera confundido su camino,
él, vagabundo, tú, país lejano.
Eres de aquí, de este momento puro
en que todo pudiera ser. Qué blando
se ha vuelto el tiempo, tan estricto siempre;
ya no vuela como antes, ha hecho un alto,
y nada, nada en tu ámbito sucede,
siempre a la espera tú, siempre acechando
pisadas, voces tras de los cristales,
y no llega el amante. El candelabro,
sobre la mesa, agota su vigilia,
y el alma se te va desmoronando.
No es tu noche esta noche, es otra noche
como tantas; te cuenta el campanario
las horas lentas, y es cada tañido,
dentro de tu cerebro, un martillazo.
Amas en la distancia, y la caricia,
ya remedo mental, ya autoregalo,
es breve travesía en mar de gozo,
y persistencia de sabor amargo.
Ay, amante, mujer, dispuesta y sola,
rodando por un sueño fracasado.
Los Angeles, 20 de junio de 2007