Brevería 1927
Tengo las manos prestas, y en temblores,
no ya de timidez, mas de impaciencia;
son dos desasosiegos, dos clamores,
acunados en ráfagas de urgencia;
dos olas mansas, dos abrasadores
chorros de fuego en fiera turbulencia;
dos zarpas suaves para subyugarte
a flor de desnudez, parte por parte.
Mujer de cuarenta
Ha llegado una nueva mujer al vecindario,
dos hijos y tres perros, y un marido elusivo;
la mujer, de cuarenta, tiene cierto atractivo;
tomo nota de entradas, de salidas, de horario.
La mujer, de cuarenta, camina con la airosa,
sosegada cadencia de quien no tiene prisa;
sabe mirar de frente, y esboza una sonrisa
que atraviesa la calle. Parece casi hermosa.
La mujer, de cuarenta, tiene cintura breve,
firmes senos redondos, caderas ondulantes…
¿Cómo pude mirarla sin llegar a ver antes
la exquisitez y el ritmo con que al andar se mueve?
La mujer, de cuarenta, se me va apoderando
de una zona del alma, y un rincón de la piel;
en sus labios de grana y en sus ojos de miel
parece haber un brindis que se va insinuando.
La mujer, de cuarenta, se ha tornado en marea
que ha invadido mi playa; la miro cada día
directa, intensamente, y ella me desafía
manteniendo la vista, como quien lo plantea.
La mujer, de cuarenta, me ha invitado a su casa.
El marido, al trabajo, los niños en la escuela.
Y en alcoba de espejos al fin se me revela
su desnudez espléndida, que me envuelve y abrasa.
Los Angeles, 14 de octubre de 2008