Brevería 601
Es de noche en mi cuerpo, nadie acierta
a transitar mis vías más oscuras;
ven, forastero, que si te aventuras,
seré tu luz, y te abriré la puerta.
Forastero
Todos pasan de largo, sin ver que hay una oferta
de senos entreabiertos y de besos en flor;
todos pasan de largo, sin llamar a la puerta,
y yo sola, vestida de mi propio calor.
Estas manos ociosas de otra piel necesitan,
y mi piel de otra mano que erótica me explore;
que las rosas que llevo en el cuerpo se marchitan
sin el apasionado tacto que las desflore.
Me acribillan los siete puñales del deseo
rasgándome la entraña que tú rasgar debieras,
tú, ser desconocido, que ni siento ni veo,
a quien tanto daría por poco que me dieras.
Qué juventud tan larga, viniendo de tan lejos,
hasta el umbral remoto de mi edad extendida;
pero sus arrebatos, aunque no se hagan viejos,
¿de qué sirven, viviendo en soledad la vida?
Se me desborda el alma con fuerza arrolladora
y ni sé contenerla, ni contenerla quiero;
debo volcarme en alguien aunque al llegar la aurora
recoja su equipaje y prosiga su sendero.
Manos extrañas, muslos cálidos y vibrantes,
húmedos labios tersos, singlad mi superficie,
alta está la marea, navegad incesantes,
y que este mi oleaje os envuelva y acaricie.
Venid, llegad, dejadme derramada y repleta
del ímpetu y la savia, del afán y el ardor,
arrancadme este anhelo, que me siento incompleta
con tanto amor a punto, sin hacer el amor.
Si espero y desespero sin oir vuestro paso,
o si vuestra pisada lleva un eco distante,
¿será que vivo aislada en la cueva del fracaso,
donde sólo en mis sueños tiene ser el amante?
Ay, cómo van los días sin cesar desgranando
su rosario de cuentas, inexorablemente,
y el fuego de mis venas se va autodevorando
porque tú, forastero, no te has hecho presente.
Los Angeles, 22 de diciembre de 1999