Brevería 1727
Te vi entre parpadeos, un instante,
como relámpago en la noche; luego
la misma oscuridad desconcertante,
el mundo tal como lo capta el ciego,
sin mar y sin colores, discordante
vaivén de ruidos en confuso juego.
Si no te hubiera visto, no sabría
como es la luz y el esplendor del día.
Ciegos
Prófuga de mis ojos me abandonó la vista,
y me abraza la sombra de noche interminable;
no tengo lazarillo que al caminar me asista,
ni oídos que me escuchen, ni lengua que me hable.
Llevo en la piel a fuego cien poemas impresos,
pletóricos de vida, de lirismo vibrante,
cien gritos de energía prolífica, cien besos,
para forjar del barro inorgánico una amante.
Tú, mujer, cuyos labios en sequedad se agrietan,
cuyas manos se extienden y regresan vacías,
mujer de senos mustios que otras manos no aprietan,
y de muslos desiertos, y de caderas frías.
Mujer que has olvidado la magia del contacto,
cuya mueca en la noche tus manos perpetúan,
eres el barro inmóvil, de perfil inexacto
sobre el que mis ideas y mi diseño actúan.
Silencia las palabras, los párpados desciende,
bloquea esa maraña de imágenes que puebla
tu mente irresoluta, que apenas las comprende,
y al fin emancipada, únete a mi tiniebla.
Ciega absolutamente, como yo, reptarán
las yemas de tus dedos sobre mi piel desnuda
descifrando mis versos, que manifestarán
su sentido inequívoco en charla sordomuda.
Estudia cada frase de mi topografía
con el tesón prolijo de exégetas y sabios,
y esa lectura lenta será como una orgía
de datos que no saben facilitar los labios.
Hazte ciega conmigo, reconóceme a fondo,
háblame con tus manos, descríbate tu piel,
que es el lenguaje vivo al que mejor respondo,
y es muerto el que se expresa, o está escrito en papel.
Los Angeles, 24 de agosto de 2000